El
cazador en el bosque
Al
bosque mío entro con raíces,
con
mi fecundidad: De dónde
vienes?,
me pregunta
una
hoja verde y ancha como un mapa.
Yo
no respondo. Allí
es
húmedo el terreno
y
mis botas se clavan, buscan algo,
golpean
para que abran,
pero
la tierra calla.
Callará
hasta que yo comience a ser
substancia
muerta y viva, enredadera,
feroz
tronco del árbol erizado
o
copa temblorosa.
Calla
la tierra para que no sepan
sus
nombres diferentes, ni su extendido idioma,
calla
porque trabaja
recibiendo
y naciendo:
cuanto
muere recoge
como
una anciana hambrienta:
todo
se pudre en ella,
hasta
la sombra,
el
rayo,
los
duros esqueletos,
el
agua, la ceniza,
todo
se une al rocío,
a
la negra llovizna
de
la selva.
El
mismo sol se pudre
y
el oro interrumpido
que
le arroja
cae
en el saco de la selva y pronto
se
fundió en la amalgama, se hizo harina,
y
su contribución resplandeciente
se
oxidó como un arma abandonada.
las
que hallaron
el
alimento mineral del bosque,
la
substancia
tenaz,
el cinc sombrío,
el
cobre venenoso.
Esa
raíz debe nutrir mi sangre.
Otra
encrespada, abajo,
es
parte poderosa
del
silencio,
se
impone como paso de reptil:
avanza
devorando,
toca
el agua, la bebe,
y
sube por el árbol
la
orden secreta:
sombrío
es el trabajo
para
que las estrellas sean verdes.
Pablo Neruda
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