Llega
el invierno. Espléndido dictado
me
dan las lentas hojas
vestidas
de silencio y amarillo.
Soy
un libro de nieve,
una
espaciosa mano, una pradera,
un
círculo que espera,
pertenezco
a la tierra y a su invierno.
Creció
el rumor del mundo en el follaje,
ardió
después el trigo constelado
por
flores rojas como quemaduras,
luego
llegó el otoño a establecer
la
escritura del vino:
todo
pasó, fue cielo pasajero
la
copa del estío,
y
se apagó la nube navegante.
Yo
esperé en el balcón tan enlutado,
como
ayer con las yedras de mi infancia,
que
la tierra extendiera
sus
alas en mi amor deshabitado.
Foto cedida por Елена Р. Rusia
Yo
supe que la rosa caería
y
el hueso del durazno transitorio
volvería
a dormir y a germinar:
y
me embriagué con la copa del aire
hasta
que todo el mar se hizo nocturno
y
el arrebol se convirtió en ceniza.
La
tierra vive ahora
tranquilizando
su interrogatorio,
extendida
la piel de su silencio.
Yo
vuelvo a ser ahora
el
taciturno que llegó de lejos
envuelto
en lluvia fría y en campanas:
debo
a la muerte pura de la tierra
la
voluntad de mis germinaciones.
Pablo
Neruda
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