Creemos,
amor mío, que aquellos paisajes
se
quedaron dormidos o muertos con nosotros
en
la edad, en el día en que los habitamos;
que
los árboles pierden la memoria
y
las noches se van, dando al olvido
lo
que las hizo hermosas y tal vez inmortales.
Foto cedida por Елена Р. Carretera en invierno. Rusia |
Pero
basta el más leve palpitar de una hoja,
una
estrella borrada que respira de pronto
para
vernos los mismos alegres que llenamos
los
lugares que juntos nos tuvieron.
Y
así despiertas hoy, mi amor, a mi costado,
entre
los groselleros y las fresas ocultas
al
amparo del firme corazón de los bosques.
Allí
está la caricia mojada de rocío,
las
briznas delicadas que refrescan tu lecho,
los
silfos encantados de ornar tu cabellera
y
las altas ardillas misteriosas que llueven
sobre
tu sueño el verde menudo de las ramas
Sé
feliz, hoja, siempre: nunca tengas otoño,
hoja
que me has traído
con
tu temblor pequeño
el
aroma de tanta ciega edad luminosa.
Y
tú, mínima estrella perdida que me abres
las
íntimas ventanas de mis noches más jóvenes,
nunca
cierres tu lumbre
sobre
tantas alcobas que al alba nos durmieron
y
aquella biblioteca con la luna
y
los libros aquellos dulcemente caídos
y
los montes afuera desvelados cantándonos.
Rafael
Alberti
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